Por Mauricio Vincent
Juan Triana Cordoví posa en la sede del Centro de Estudios de la Economía Cubana en La Habana tras la entrevista.
Juan Triana. Es casi más importante que salga Trump, recuerda las más de 132 medidas que adoptó durante su mandato con la finalidad de rendir a Cuba por hambre. Ahora, que entre Biden es importante, porque pudiera seguir compartiendo la visión política hacia Cuba que apoyó cuando fue vicepresidente de Obama. Pero no hay que pecar de ingenuidad. Biden tendrá sus propias prioridades. Tiene primero que recomponer el desastre que le ha dejado su antecesor y no creo que Cuba en lo inmediato vaya a estar en sus prioridades, ni que esté dispuesto a gastar demasiado capital político en ello. Él ha llegado al Gobierno en el último vagón del tren de su vida, y tiene ante sí mucho que recomponer en temas de relaciones internacionales, donde está claro que EE UU perdió liderazgo. Hay que entender también que tenga sus propias maneras de pensar Cuba. Nuestro país ha sido siempre considerado por los políticos norteamericanos como un domestic affair [asunto doméstico, en inglés]. Probablemente seguiremos estando, como en los últimos sesenta años, sobre la mesa de negociaciones de los diferentes intereses políticos norteamericanos, como un comodín en un juego de baraja. Los cubanos podemos sentirnos satisfechos con la victoria del dúo Biden-Kamala, pero cualquier Gobierno norteamericano es siempre un reto para Cuba, incluso si ese Gobierno fuera “socialista”, fantasma que uso Trump para pescar votos cubanos. Es, por reducirlo a lo más superficial, un simple problema de tamaño. El ejemplo lo tenemos con el Gobierno de Obama: apenas un año después de su acercamiento los viajeros norteamericanos se convirtieron en decisivos para la dinámica del turismo en Cuba e incluso en la proyección del crecimiento de la planta hotelera.
Mauricio Vincent. Con su ajustada victoria y el Senado bailando, ¿qué puede hacer Biden que dependa de él para mejorar las relaciones entre los dos países?
J.T. Hay una diferencia entre lo que quiera hacer y lo que pueda hacer. Son cosas distintas. No obstante, puede, si quiere y es parte de la estrategia de su partido, desmontar esas 132 medidas que Trump instrumentalizó, y en especial dejar sin efecto el título 3 de la Ley Helms-Burton, que permite interponer demandas a inversores extranjeros que supuestamente “trafican” con bienes expropiados. Es más difícil desmontar la Ley, hecha para recolonizar Cuba, pues se necesitan dos tercios del Senado. Además de retomar el “modelo” de relaciones que el Gobierno de Obama adoptó, Biden puede hacer varias cosas. Puede dar facilidades mayores para que los norteamericanos viajen a Cuba, incluso eliminar todas las restricciones. Puede fomentar la cooperación científica en temas de interés para ambos países, como la biotecnología y la agricultura, y tendría el apoyo de muchas y muy importantes instituciones norteamericanas. Puede aflojar la presión financiera sobre Cuba sin eliminar el embargo. Puede recortar sustancialmente los fondos que la OFAC (Oficina de Control de Activos Extranjeros) dedica a perseguir los negocios con Cuba. Puede promover y fomentar formas de cooperación productiva con Cuba y permitir las inversiones bajo licencias específicas. Puede llevar a un plano superior el intercambio “people to people”, ahí tiene mucho espacio. Pero todo comienza por “puede”. Dependerá del balance de poder en EE UU, y no hay que olvidar el lobby cubano, que tiene varios congresistas y senadores de ambos partidos. Hay mucho capital político en juego. Sin duda, es decisión de Biden-Kamala, pero no solo de ellos: Cuba no es más importante para los demócratas que la meta de afianzar cuatro años más la presidencia. De cualquier modo, mientras la relación entre Cuba y Estados Unidos dependa de la voluntad, los deseos, la suma y resta de los intereses políticos de un presidente norteamericano y del partido en el poder, Cuba no debe “jugarse el futuro” al peso excesivo de la relación con EE UU. Nos acaba de pasar con la “pesadilla Trump”…
M.V. ¿Hay posibilidad de que Biden sea el presidente que levante el embargo?
J.T. La respuesta está más cerca del no que del sí. El bloqueo fue codificado en la Helms-Burton, se necesitan las dos terceras partes del senado para ello y que la Cámara de representantes lo ratifique. Pero como Cuba siempre ha sido usada para negociar otros intereses, pues aunque lejana es la posibilidad, no es del todo imposible. No creo que el establishment demócrata esté listo para jugarse esa carta de inmediato, si, como es lógico, están pensando en la permanencia después de Biden. Kamala puede ser estratégica en ese empeño. Ella de alguna manera es un terremoto en el sistema político norteamericano, mujer, negra, hija de emigrantes y además inteligente, capaz y entrenada en el juego político en EE UU. Biden es el pasado–presente, Kamala es el presente–futuro. Hay que alinear muchos planetas para levantar el bloqueo, pero nada es imposible. Dependerá también de cómo avance el acercamiento entre ambos Gobiernos, aunque sería ingenuo pensar que Miami no tendrá peso en esa decisión mientras Florida siga siendo decisiva en las elecciones norteamericanas.
M.V. ¿Cuba también podría ayudar un poquito en ese asunto, no?
J.T. Siempre me he preguntado porque las autoridades cubanas no nombran un Cónsul Honorario en Miami con capacidad para emitir visados. Eso abriría espacios, sin lugar a dudas. Reducir los costos del pasaporte, extender su vigencia por diez años, eliminar las prórrogas. Mira cuantas cosas solo en el tema migratorio se pueden hacer y seguro estoy de que impactaría positivamente entre los cubanos residentes en Estados Unidos. También, permitir de forma transparente la inversión en el país de cubanos emigrados, algo que está en el espíritu de la ley de Inversiones, pero no en la mente de algunos que deciden en Cuba al respecto. Ello no solo operaría como un recurso económico, sino también político. Es cierto que generaría discrepancias en lo interno, pero creo que el precio de no hacerlo es mayor. El bloqueo es un gran muro que puede irse destruyendo ladrillo a ladrillo. Hay que aprovechar y hacer ahora de ambos lados.
M.V. Cuba está inmersa en un complejo proceso de reformas que darán mayor espacio a la iniciativa privada, pymes, etc… ¿Cómo puede influir en este proceso el cambio en la Casa Blanca?
J.T. Tener un entorno menos agresivo es siempre mejor que vivir bajo la agresión de Trump. Sin embargo, creo que en Cuba existe un programa de Gobierno estructurado, pensado desde antes de Trump, incluso desde antes de Obama. Es cierto que ha estado “congelado” y que ha tenido demoras, desde mi punto de vista excesivas. Pero veo mucha más solidez ahora, se han alcanzado consensos que antes no se lograron alcanzar, se ha aprendido, a veces en un proceso doloroso. Este programa responde a problemas que debemos resolver los cubanos, más allá del color de la presidencia norteamericana. Sería un error trágico hacer nuestra estrategia de desarrollo en función de la política norteamericana y de lo que pase en EE UU. De la misma forma, lo sería concebirla de espaldas a lo que ocurre en ese país, pues la geografía existe.
M.V. Algunos temen que el oxígeno que dará a la economía la flexibilización de la presión puede tentar al Gobierno a ralentizar una vez más las reformas.
J.T. Los temores de algunas personas en Cuba respecto a que una “suavización” con EE UU pueda tener un efecto de retardo en el ritmo y la velocidad de las reformas es legítimo, no es la primera vez en nuestra historia económica que un entorno externo favorable conduce a la lentificación de transformaciones acordadas, e incluso al abandono de ellas. Sin embargo, creo que este es un momento bien diferente, se ha caminado un buen trecho, hay expectativas levantadas entre los cubanos de aquí y de allá y, sobre todo, hay una realidad que demuestra que debemos seguir adelante y poner el pie en el acelerador, sin desbocarnos. La agenda de transformaciones que el Gobierno ha anunciado no está en función de los planes de las administraciones norteamericanas sobre Cuba. Esa agenda responde a hechos y a consensos alcanzados y sobre todo a déficits que no han podido ser saldados durante años y a veces décadas. Es nuestro problema, es nuestro reto y es nuestra la tarea de solucionarlo. Sin duda, en un entorno más amigable es menos difícil.
M.V. Más allá del factor EE UU, hay unanimidad entre los analistas en que Cuba saldrá adelante solo si hace las reformas que necesita. ¿Ve al Gobierno consciente de esta situación?
J.T. Soy parte de esa unanimidad, aunque el término en sí mismo me produzca cierto escozor. Mas que consciente, he visto al Gobierno “empujando” en estos últimos meses en el sentido de la reforma. No es poco lo que se ha hecho, quizás presionando por lo déficits acumulados e incrementados por la pandemia, pero si hacemos una lista son decenas de medidas, centenares de decisiones, un trabajo intenso. La transformación que se está operando en Cuba ya no puede ser detenida, los propios líderes de este proceso lo han reconocido y han reclamado mayor velocidad. Sería un suicidio económico y político intentar revertir este proceso de transformaciones.
M.V. Los ritmos de una reforma económica son importantes ¿Qué cosas deben hacerse con urgencia?
J.T. Pienso que lograr una mayor apertura de la economía es decisivo y urgente; encontrar las mejores vías para fomentar las relaciones entre las organizaciones estatales y las no estatales es decisivo, algo que para nada depende de EE UU. Ahora bien, el tiempo no es una variable fácil de manejar. ¿Qué cosas deben hacerse? Prácticamente todas las que han sido anunciadas. Desde aquellas que abogan por mayor independencia para la empresa estatal socialista, algo repetido hasta la saciedad en los últimos tiempos, hasta otras que parecerían menores y mucho más específicas, por ejemplo, legalizar y regular el sacrificio de ganado mayor a sus poseedores [que ahora es delito] y su venta directa en lugares con adecuadas condiciones para ello. Está la reforma cambiaria y monetaria, parte esencial de la llamada “Tarea Ordenamiento” que abarca no solo lo estrictamente monetario; la esperada ley de pequeñas y medianas empresas; la apuesta decidida por la ampliación del trabajo autónomo, eliminando la actual lista restrictiva de trabajos autorizados; temas estratégicos para el desarrollo como lograr una sinergia entre nuestras instituciones científicas y las empresas, todas ellas, las estatales y las no estatales; avanzar mucho más en la apertura a la inversión extranjera; terminar con el prejuicio sobre la inversión de cubanos que viven en el extranjero y tienen suficiente capital para hacerlo; empoderar a las autoridades locales en este último asunto, etc. Todas son urgentes y la mayoría también estratégicas. Buena parte de ellas, sino todas, estaban identificadas antes de Biden y algunas desde antes del primer mandato de Obama. Pero se ha tardado demasiado y el costo ha sido alto. Hoy creo que es una lección aprendida, y tenemos hechos que así lo demuestran. De todas formas, el ritmo de una reforma no solo depende de factores internos, sino también de otros externos, no siempre manejables. No hay que repensar el país porque Biden haya ganado las elecciones, hay que seguir pensando como país y haciendo por el país, y aprovechar para bien de Cuba la victoria de Biden y Kamala.