Vaticano. (Vídeo)El Papa Francisco exhorta a regular los Mercados Financieros Globales.
Por primera vez en más de un siglo, un Papa de la Iglesia Católica identifica de manera pública y notoria a los responsables de la opresión de los pueblos. O al menos a uno de los sectores fácticos que son parte constitutiva del sistema de opresión global. En este caso, el Papa Jorge Bergoglio, Francisco I, pone el acento con claridad en el sector financiero mundializado, que mediante la especulación y sirviéndose de un sistema desregulado y liberado de ataduras éticas, perjudica al conjunto social, pauperiza a los Estados y genera desempleo, destruyendo la economía real, verdadera productora de la movilidad social ascendente y de intercambio genuino.
El Papa habla aquí sin eufemismos, de los que históricamente la Iglesia ha hecho un recurso medular en sus discursos. En la propia encíclica Laborem Exercens del año 1981, el Papa Juan Pablo II habló de la importancia del trabajo humano, evitando en todo su texto hacer condenas explícitas a sectores pauperizadores y responsables del deterioro global del mundo del trabajo. Y aunque aquella encíclica realizó una crítica vaga al capitalismo, lo hizo equiparando al humanismo marxista como los dos grandes aspectos históricos a superar, aunque cuidándose muy bien de reivindicar valores burgueses, entre ellos una clara defensa de propiedad privada.
Aquella encíclica fue en realidad escrita por un papa de doctrina conservadora que hizo retroceder en décadas los avances en materia social que el Concilio Vaticano II había alcanzado. Persiguió la Teología de la Liberación, intento válido y fundamental de amalgamar los humanismos posibles con el Evangelio cristiano. El papa polaco Karol Wojtyla fue aliado por omisión de los terribles procesos históricos que fueron coetáneos durante su magisterio. Entre ellos las políticas privatizadoras del tathcherismo en el Reino Unido y las políticas exteriores genocidas y las reformas privatizadoras de la Era Reagan en Estados Unidos, marcadas por una reducción drástica del empleo, el intervencionismo armado y la concentración de la riqueza y la desaparición del Estado como garante de los derechos fundamentales para el bienestar general. Todos procesos infames que la Iglesia jamás denunció de manera clara y siempre echando mano a discursos ambiguos.
Sin embargo, el Papa Francisco parece querer andar una nueva senda alejada de cobardes eufemismos y omisiones flagrantes, como otrora fueron omitidos en el discurso eclesial el genocidio latinoamericano, el Plan Cóndor y las devastaciones del norte rico en el sur expoliado. Temas cuidadosamente evitados en cualquier documento, intervención oral o pública por parte del establishment romano, que daba incluso la espalda a futuros mártires como el Arzobispo salvadoreño Óscar Romero, que denunció hasta la entrega de su vida los crímenes de lesa humanidad que los grupos de tareas asesorados por Estados Unidos, perpetraban contra los campesinos de su país. Romero, el obispo Angelelli en Argentina, y tantos otros, sí dieron testimonio de otra Iglesia posible. Hoy el Papa Francisco parece volver la vista hacia aquella Iglesia que mira al mundo de los oprimidos y pone nombre a los opresores.
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