Por Stella Calloni
En su plan de controlar colonialmente a América Latina, Estados Unidos interviene abiertamente en las elecciones de la región mediante la Organización de Estados Americanos (OEA) cuyo Secretario General Luis Almagro, que estuvo a la cabeza del golpe en Bolivia contra el presidente Evo Morales manipulando los resultados de los comicios de octubre de 2019, también actuó en los comicios de Ecuador, como lo hizo en Perú y México.
Todo el abanico de organismos de inteligencia encubiertos, Fundaciones y ONG, que los gobiernos estadounidenses han sembrado en nuestra región, tiene a su cargo las tareas de infiltración de diversos sectores, la recepción y el reparto de dinero para la cooptación y compra de políticos de centro y derecha-incluyendo a algunos mal llamados izquierdistas- construyendo alianzas, bajo asesoramiento de la USAID (Agencia Internacional para el Desarrollo) o la Fundación Nacional para la Democracia (NED en sus siglas en inglés) que entre otras misiones trabaja para impedir la llegada de gobiernos populares que no están dispuestos a aceptar la sumisión colonial del imperio y para desestabilizar países mediante el manejo político de esas coaliciones.
Además en algunos países con fuertes comunidades indígenas, se infiltran o tratan de hacerlo, como lo hicieron en Bolivia o Ecuador, tratando de crear sus propios candidatos indígenas, para dividir y ganar adeptos.
En todos los golpes de cualquier característica que se han producido en América Latina en lo que va del siglo, ambas entidades han tenido una participación clave, como se ha demostrado después del golpe de abril de 2002 en Venezuela, que duró poco más de 48 horas, derrotado por el pueblo en las calles y las nacientes fuerzas armadas patrióticas. Las investigaciones demostraron documentadamente, adonde fueron a parar los millones de dólares llegados desde EE.UU.
También se demostró en Bolivia en el intento de golpe de Estado de 2008, en ambos casos con documentación que reveló hacia qué partidos y movimientos, empresas periódicos y periodistas se derivaban los fondos que llegaban por vía de la USAID o de la NED.
En estos momentos estamos asistiendo a la injerencia de Estados Unidos en las elecciones de Perú y México, en momentos en que medios de Estado Unidos revelaron hacia què grupos y fundaciones fue enviado el dinero destinado al golpe de Estado contra el gobierno sandinista de Nicaragua, en 2018, algo que ya se conocía por revelaciones de funcionarios estadounidenses, pero que nunca aparece como información en los medios hegemónicos.
El hecho es que el manejo de los medios masivos de comunicación, la infiltración de las estructuras judiciales- y dentro de esto una cantidad de Consejos Nacionales Electorales- otras instituciones y las fuerzas de seguridad y los ejércitos, son parte del esquema de la guerra contrainsurgente que tiene su jefatura en el Comando Sur y el Pentágono estadounidense y se aplica con diversas características en todos los países de Nuestra América.
La falta de seguimiento de los planes de Estados Unidos hacia nuestra región, debilita a las dirigencias políticas en este período histórico, especialmente después de que el ex presidente Donald Trump advirtiera el 26 de septiembre de 2018 en un discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas que “aquí en el hemisferio occidental, estamos comprometidos a mantener nuestra independencia de la intrusión de potencias extranjeras expansionistas”, recordando que “ha sido la política formal de nuestro país desde el presidente (James) Monroe que rechacemos la interferencia de naciones extranjeras en este hemisferio y en nuestros propios asuntos”, agregó.
De esta manera se daba por resucitada la doctrina presentada por el presidente James Monroe en 1823 contra el colonialismo europeo en nuestra región que se resume en aquella inolvidable frase “América para los Americanos” es decir América del Sur para los norteamericanos, estableciendo que ese amplio territorio desde el Río Bravo hasta el extremo sur del continente debía quedar bajo su dominio y que no se permitiría la competencia de ninguna otra potencia.
Ni siquiera esta advertencia, que en su momento a fines del gobierno del demócrata Barack Obama, el secretario de Estado John Kerry también había mencionado como el regreso de la Doctrina Monroe sobre el “patio trasero” (nuestra patria grande), logró que se reaccionara en nuestros países.
Menos aún cuando se trazó el “eje del mal” (Cuba, Venezuela, Nicaragua) países bajo bloqueos, amenazas , intentos de golpes e invasiones, que según el cínico argumento de Washington “amenazan” la seguridad norteamericana.
Inadmisible a estas alturas del siglo XXI y menos aún después que la pandemia de Covid 19 dejara caer todas las máscaras de un capitalismo salvaje en decadencia. Sea lo que sea, ante lo que se vivió en la región desde principios del siglo XXI, cuando como producto de la gran rebelión antineoliberal de los pueblos de América Latina surgieron una serie de gobiernos que convergieron en la creación de instituciones de integración , produciendo en principio el rescate del Mercado Común del Sur (Mercosur ) que pasó de ser sólo una cuestión aduanera a un proyecto político, económico, cultural superador.
Desde allí se avanzó hacia la Unión de Naciones Suramericana (UNASUR) y por otra parte la Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe (ALBA) poniendo el objetivo en la lucha contra la pobreza y la dramática exclusión social para tratar de crear mecanismos que enfrentaran las asimetrías existentes en la región.
Desde allí el camino estaba abierto para constituir la Comunidad de Naciones Latinoamericanas y Caribeñas (CELAC) que en noviembre de 2011 se conformó en Caracas, Venezuela, como unidad aún en la diversidad.
Era demasiado para la potencia imperial y sus planes de avanzar en una especie de gobernanza global hacia todo el mundo, frustrado por la aparición de potencias como China, la Federación Rusa y todo un movimiento emergente en otros países, que acabó con la unilateralidad y dio un giro de 180 grados, al sueño “americano” de poner el mundo a sus pies.
Se trató de avanzar rápidamente en el proyecto geoestratégico de recolonizar a América Latina, regresando a los golpes de Estados en el siglo XXI, dentro de su proyecto de controlar colonialmente a la región, mediante las fortalecidas tácticas contrainsurgentes con la revolución de las nuevas tecnologías.
En realidad la imposición de los golpistas mediante elecciones estrictamente vigiladas, para impedir el regreso de los gobiernos populares, como los casos en Honduras, Paraguay, Brasil, utilizando diversas estrategias y tácticas contrainsurgentes, provocó con el paso del tiempo y las evidentes violaciones a los derechos humanos y los derechos de los pueblos, alzamientos populares en diversos países de la región, de una magnitud incontrolable.
Para los gobiernos de EE.UU era urgente volver con todo, tratando de apagar los fuegos y de poner definitivamente bajo su control los procesos electorales, mientras avanzan militarmente y desatan las guerras económicas y mediáticas que ya en varios frentes resultan impotentes para controlar la región.
Desde su creación en 1948 en Bogotá, Colombia, coincidiendo con el asesinato del líder popular colombiano Jorge Eliécer Gaitán, ejecutado por la CIA estadounidense, la Organización de Estados Americanos (OEA) fue considerada como un “ministerio de colonias” y jugó ese papel en distintos períodos de la historia del continente.
Ahora ya actúa, sin ningún disfraz. Su Secretario General Luis Almagro enviado como detonante -como se vio encabezando el golpe contra el gobierno de Bolivia en 2019 – puso en evidencia que los gobiernos de Estados Unidos, ante la inocultable decadencia imperial, apresuraron el avance sobre una América Latina que “necesitan” controlar en forma urgente, ante el nuevo escenario mundial.
Controlar las elecciones llevó a la OEA a rodearse de “observadores electorales” buscados entre los partidos y alianzas derechista , que en todo el continente hoy dependen de los dineros y la asesoría de las Fundaciones como la NED,.
La NED fue creada durante el gobierno ultraconservador de Ronald Reagan en 1983, para encubrir a la CIA y otros organismos de inteligencia y evitar que los dineros y la órdenes circularan directamente desde las embajadas y agentes de inteligencia, que quedaron expuestos con el debate en el congreso estadounidense en 1975 por la participación de la “agencia” en el brutal golpe contra el presidente Salvador Allende, en Chile.
Desde la alianza partidaria creada en Nicaragua después de una guerra terrorista aplicada contra el Frente Sandinista de Liberación (FSLN) que liberó a ese país el 19 de julio de 1979 comenzando un proceso revolucionario, Washington se dedicó a conformar coaliciones similares como la que conformó en Panamá la Cruzada Civilista, de cuya existencia se valió el entonces presidente George Bush padre para desestabilizar al gobierno e invadir a ese pequeño país centroamericano, el 20 de diciembre de 1989.
Mataron a miles de personas y destruyeron un país de poco más de dos millones de habitantes. Vale decir que los “invasores” despegaron sus aviones desde el Comando Sur que dividía en dos partes a Panamá y cuyo papel en la región entendimos los latinoamericanos en las cámaras de torturas de nuestros países sometidos a dictadura brutales en los años 70-80 y en los crímenes de lesa humanidad, entre ellos las desapariciones forzadas.
Todos estos episodios parecen muy lejanos, pero es imposible ignorarlos porque cada uno de estos elementos fue utilizado para su proyecto recolonizador de nuestra región en este siglo XXI. Hoy estamos viviendo bajo una guerra contrainsurgente que toma las características que define el Pentágono de acuerdo a la realidad de nuestros países, ahora bajo una severa crisis y el caos que significa la pandemia del Covid 19 cuyas consecuencias ya debemos analizar exhaustivamente si queremos adelantarnos a los acontecimientos que no pueden encontrarnos en la indefensión política.