Por Jorge Rachid
Ambos términos, son una ecuación que surge de la valoración de la situación actual, en donde los conceptos de democracia e institucionalidad, han terminado arrasados por nuevas lógicas, que han desvirtuado sus contenidos.
No son entonces, dos consignas a agitar, ni tampoco demandas formales a suplir, mediante leyes siempre insuficientes, que forman parte del mismo contenido cuestionado. Son objetivos estratégicos a construir en el seno del pueblo, que ha sido violado institucionalmente, en sus prácticas democráticas, por los factores de poder hegemónicos, tanto económicos, como culturales y políticos.
Es que la democracia, tal cual la presenta la cultura occidental, del poder del pueblo, ha quedado subsumida en laberintos interminables, como las mamuskas rusas, en donde el poder nunca es visible y manipula. Así lo hace desde prácticas comunicacionales, hasta naturalizaciones culturales, el espacio simbólico de los pueblos, que terminan despreciando la política, abandonando la solidaridad social necesaria y entrando en una dispersión, que lleva a la diáspora, por contenidos de individualismo egoísta y meritocrático.
Esa fue la práctica del neoliberalismo dominante en los últimos 45 años. Fue la herramienta sobre la cual el poder, fue cercenando las posibilidades democráticas de los pueblos, construyendo instrumentos, que hicieron del coloniaje del Estado y la marginación social, sus íconos más visibles, arrasando conquistas y derechos construidos por décadas, de luchas de los pueblos.
La democracia no es una verdad absoluta. En realidad nada lo es, ni siquiera estas expresiones, volcadas en un escrito, porque esas verdades residen en los pueblos, en un nosotros compartido de objetivos comunes, antes que un sujeto individual. Sin destino común, ni objetivos estratégicos, no existe la categoría pueblo, los cual es esencial destruir para el neoliberalismo, que instrumenta la fragmentación social y política, como práctica de dominación. Es entonces cuando aparece la necesidad de plantearse, como aconseja Simón Rodríguez a Bolívar: “o inventamos o perecemos”, recobrando los conceptos de Aristóteles a Alejandro, para construir sus caminos de utopías liberadoras.
Es que la sujeción a los paradigmas del colonizador dominante, que los pueblos terminan naturalizando, por cuestiones de sobrevivencia, es un mecanismo de extorsión permanente, que hace abandonar derechos y adoptar actitudes de sumisión, estimuladas por dirigentes tibios, que ejercen gestión, consolidando situaciones de dependencia, antes que anhelos y sueños compartidos.
La democracia ha sido entonces intrusada en todos sus aspectos reales, conservando sólo sus formas estructurales, aparentes de participación popular. Se puede mentir en campañas electorales. Se puede entregar el patrimonio nacional, sin beneficio de inventario. Se puede endeudar al país por décadas. Se puede entregar su soberanía nacional.
Pero si el pueblo expresa en las calles su rechazo, aparece la institucionalidad que pone límites represivos a la protesta, en nombre de la libertad y la democracia.
Si un signo acompaña esta desviación democrática, es la hipocresía política de las élites privilegiadas, que sólo esgrimen institucionalidad, cuando se trata de la defensa de sus intereses y ven agitación y terrorismo, cuando esos intereses se ven amenazados, por simples impuestos, que hacen al bien común.
Los Fondos de Inversión supranacionales, los medios hegemónicos, las guerras localizadas, los golpes de estado, los bloqueos comerciales y financieros, los mecanismo globalizadores de supuestas justicias y mecanismo de control económico financiero, son sólo algunos de los instrumentos utilizados, a los fines de limitar los procesos democráticos, sólo concebidos y aceptados por el poder mundial, si reverencian al Mercado como ordenador social y económico.
Cualquier desviación en ese sentido, es castigada con las fuerzas que despliega el poder, para disciplinar a los pueblos.
Es ese escenario un proceso de legitimidad democrática, o es un Estado controlado por fuera de los mecanismos que la letra dice, que el pueblo gobierna?
Sin dudas el pueblo como tal, a lo sumo puede ejercer su derecho al voto, incluso imponiendo candidatos que representen sus intereses, que cuando llegan al gobierno, se ven cercados por una trama corrupta, estructural que el coloniaje deja vigente, para impedir desviaciones a futuro.
Entregan el Gobierno, se reservan el poder. El pueblo ausente de esas decisiones, va conformando un convencimiento, de que ese mecanismo, es la naturaleza misma de la democracia.
La democracia es un instrumento de ordenamiento social relativamente joven, de no más de 200, años, a menos que alguien piense que los griegos eran democráticos, porque discutían los filósofos y senadores, en el Partenón, mientras los esclavos hacían las tareas duras de la comunidad. La democracia moderna, tal cual la conocemos hoy, fue conformándose, desde la caída de las monarquías y el surgimiento de Europa como potencia dominante.
No forma parte la democracia de la historia de la Humanidad, como instrumento social determinante. Hubo en 7 mil años de historia gobernantes que tuvieron actitudes y ejercicios democráticos, sin ser electos y gobernantes democráticos, que fueron dictadores y asesinos en masa de sus pueblos.
Entonces el tema es del poder y qué instrumentos, son aptos para el ejercicio del mismo por parte de las mayorías populares, en especial en América latina, saqueada por las sucesivas colonizaciones, militares, económicas y culturales.
Es ahí donde la pregunta surge con fuerzas: es la política un instrumento de la representación social de los pueblos en sus intereses y destino común?
Quienes decimos que si lo es, lo hacemos desde una posición diferente a pensarlo a partir de la institucionalidad, seudo democrática, del supuesto poder electoral del pueblo.
Es desde otra mirada, con objetivos que tienen como destino, la democratización efectiva del poder, con instrumentos de representación popular que sirvan al efecto, como la Comunidad Organizada, que garanticen la humanización de la política, como práctica del amor y del compromiso, por encima de las coyunturas electorales, que serán utilizadas para cambiar la historia, sino su acceso al gobierno, sólo servirá para afianzar el poder del coloniaje dominante.
No hay gestión sin ideología, ni ideología sin gestión, debiendo apoyarse, para dar la lucha, en el único sujeto histórico, que el pueblo.