Por Gustavo Veiga
A Lenin Moreno le gusta proyectar. Desde que llegó al gobierno en mayo de 2017, ya hablaba de planes a largo plazo. Dos años después, presentó el Acuerdo Nacional 2030. Pero sus metas lejanas en el tiempo nunca alcanzaron la velocidad con que malversó el mandato popular. En un raid inimaginable y cuando Rafael Correa todavía sonreía a su lado por el éxito electoral, tomó una medida tras otra para distanciarse del exmandatario. Había sido su vicepresidente en dos ocasiones. En cualquier idioma eso se llama traición. Una felonía que también alcanzó a la mayoría del pueblo ecuatoriano que lo votó. “El triunfo ante el imperio y sus sumisos”, como lo definió hace cuatro años el ex presidente de Bolivia, Evo Morales, se transformó en una alineación incondicional con las políticas hemisféricas de Estados Unidos. Hoy Ecuador es otro país, un peón del tablero regional que perdió autonomía de decisión y que regresó al rebaño neoliberal bajo la atenta mirada de Washington. La victoria de Guillermo Lasso en las elecciones profundizará esa situación para la que Moreno trabajó con denuedo.
La metamorfosis del presidente saliente, casi una obra de Kafka, se dio de una manera vertiginosa. Incumplió su contrato electoral y fue desmontando las medidas ejecutadas durante los dos mandatos de Correa o planteadas en la plataforma de Alianza País, la fuerza que lo llevó al gobierno. Su camino en reversa al menos no tuvo herederos que pudieran causar el mismo daño a la credibilidad popular. Ximena Peña, su candidata en los últimos comicios, apenas recibió el 1,53% de los votos. Moreno, un empecinado, cree – como escribió en su cuenta de Twitter hace pocos días – que el país recuperó “la confianza internacional”, que “saneó la economía” y que conquistó “nuevos destinos comerciales”.
Le ganó las elecciones al mismo candidato que compitió con Andrés Arauz y ahora flamante presidente electo, el banquero Lasso, pero gobernó como si fuera otro representante de la banca. Fue el primer presidente ecuatoriano en viajar a EEUU en 17 años cuando lo recibió Donald Trump. Se sumó a su área de libre comercio, entregó la economía al tutelaje del FMI, pidió asistencia a la Corporación Financiera de Desarrollo Internacional de los Estados Unidos. Este banco estatal le otorgó un préstamo de 3.500 millones de dólares a ocho años. Firmó ese acuerdo el 21 de enero último a pocos meses de abandonar el gobierno. Presuntamente fue para pagar una porción de su deuda con China y desembarazarse de empresas como Huawei.
Según el Financial Times, el Departamento de Estado de EEUU impuso la adhesión del país a la “red limpia” para excluir a las corporaciones de Beijing en la construcción de la red 5G. La docilidad de Moreno permitió que se privilegiaran los intereses norteamericanos en el acceso a los principales recursos de Ecuador como el petróleo. Apoyó además la designación del preferido de Trump, Mauricio Claver Carone, para controlar el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), violando una tradición desde su fundación en 1959. La entidad siempre había sido dirigida por un latinoamericano.
Así como Correa exigió la devolución de la base de Manta a Estados Unidos una vez que finalizó un contrato de usufructo en 2009, su exvice se comprometió a prestar las Islas Galápagos – patrimonio natural de la humanidad para la Unesco – en 2019. Violó la constitución porque permitió el uso de aviones militares. A este tipo de iniciativas Moreno las llama “refresar nuestras relaciones internacionales”.
En octubre de ese mismo año, mandó a reprimir un levantamiento popular contra el encarecimiento de los combustibles. El gobierno del presidente en sus últimos días, quitó subsidios, encarceló y mató a representantes de pueblos originarios, trabajadores y estudiantes. Unos meses antes, en abril de 2019, Julián Assange, el máximo referente de WikiLeaks, era entregado a las autoridades británicas después de haber permanecido asilado casi siete años en la embajada ecuatoriana en Londres. Moreno se justificó en que el activista australiano había “violado reiteradamente convenciones internacionales y un protocolo de convivencia”. El gobierno de Estados Unidos festejó más que nadie su arresto a la espera de extraditarlo.
La pandemia sorprendió al servicial amigo de EEUU con la guardia baja. Ecuador se transformó en un país arrasado por el virus en el primer semestre de 2020. Los cadáveres se acumulaban en las calles. Moreno incluso superó a su colega Jair Bolsonaro en los cambios de ministros de Salud. Nombró a cuatro pero en un período más breve de tiempo. Juan Carlos Zevallos fue el que más duró, casi un año. Lo reemplazó Rodolfo Farfán implicado en un caso de vacunatorios VIP quien a su vez fue sustituido por Mauro Falconi – duró apenas 19 días – y éste por el actual, Carlos Salinas. No era fácil romper la marca del presidente brasileño pero el político que ahora teme por su seguridad en Ecuador, lo consiguió.
También se ensañó a través del lawfare con su mentor y referente del Socialismo del siglo XXI. El portugués Boaventura De Souza Santos sostiene en “Ecuador: del centro al fin del mundo” un texto que escribió para CLACSO en 2020: “la persecusión contra Correa por presunta corrupción, que Moreno patrocinó, no era más que otra versión de la nueva estrategia estadounidense, para neutralizar a los gobernantes que pusieran en peligro los intereses de las empresas de ese país, especialmente del sector petrolero: la supuesta lucha contra la corrupción”. En retirada, el presidente de Ecuador será recordado para siempre y sin sutilezas con una frase del acervo popular: se dio vuelta como una media.