Por Alejo Brignole
Los países ricos, llamados países sumergentes debido a sus políticas devastadoras y expoliadoras hacia el resto del mundo, han intentado en las últimas horas apartarse políticamente de la figura de Iván Duque, presidente de Colombia, al ver que las protestas masivas y populares no se pueden controlar. Duque ha optado por una respuesta brutal hacia la población civil, que ya lleva más de 20 muertos y casi un millar de heridos, a los que se debe sumar el casi centenar de desaparecidos a manos de la policía y grupos de tareas de los servicios colombianos. Al igual que Sebastián Piñera en Chile, el gobierno neoliberal y aliado incondicional de Estados Unidos de Iván Duque, ha desplegado un aparato represor extremo que no solo vulnera los DD.HH sino también todas las garantías constitucionales y muestra al mundo el verdadero rostro de la cooperación estadounidense con estos países: disciplinar a los ciudadanos para que toleren en silencio los abusos corporativos y la sumisión jurídica que favorece el extractivismo de las empresas del mundo rico.
Colombia resulta desde hace décadas un país virtualmente ocupado por fuerzas estadounidenses, en el marco de acuerdos bilaterales con Washington que permitieron la instalación de bases extranjeras, el desembarco de miles de efectivos y la ampliación de programas de exterminio selectivo con la excusa la publicitada «guerra contra el narco» que no es otra cosa que un plan de militarización progresiva, radical y extensiva hacia el resto de América Latina. De hecho Colombia es considerado un lumpen-Estado al servicio de los intereses geoestratégicos de Estados Unidos en Latinoamérica y verdadera «cabecera de playa» para la agenda recolonizadora hacia el sur continental en este siglo XXI, al cual Washington considera su «patio trasero».
Dentro de este marco, recordemos que en 1999 y durante las administraciones del presidente colombiano Andrés Pastrana Arango y el estadounidense Bill Clinton, se firmó el llamado Plan Colombia, que fue un monumental acuerdo entre las partes para llevar adelante un programa multidimensional de ayuda financiera, compra de armamentos y desembarco de asesores estadounidenses para combatir a los cárteles de la droga y controlar a grupos insurgentes como las FARC. Sin embargo estas declaraciones de principios encubrieron, entre otros asuntos, un plan sistematizado para desaparecer a líderes y lideresas que organizaban a la población en contra de las políticas lesivas del medioambiente, denunciaban el paramilitarismo y organizaban a segmentos sociales para combatir la pobreza y la marginación social impuesta desde el gobierno.
A más de 20 años de su implementación, se sabe que el Plan Colombia solo ha servido a los intereses estratégicos norteamericanos en la región y hacer de Colombia un Estado sometido y ocupado a la agenda del Pentágono y base de operaciones contra sus vecinos más refractarios al imperialismo, como son Nicaragua, Venezuela o Cuba. De hecho, desde los inicios del Plan Colombia, el país ha duplicado su producción y exportación de cocaína a los Estados Unidos y Europa y produjo millones de desplazados (de los cuales 5 millones viven en la vecina República Bolivariana de Venezuela). Ahora Iván Duque -que desde la hora cero de su mandato ejerció un gobierno marioneta de Washington- se va quedando solo y recibe críticas de sus propios aliados, los cuales buscan desesperadamente despegarse de un criminal de lesa humanidad sobre el cual el mundo comienza a poner sus ojos.
Video sobre la situación en Colombia: ¡Se acabó para Duque! Europa lo quiere fuera. Washington no puede más. Hasta La CIA lo abandonó