Miradas de la Historia Reciente. Uno, Dos, Muchos Menem.
Del caudillo peronista al gerente neoliberal, de la Argentina periférica al centro del poder.
- Por Mariano Olano. Especial para Quinto Poder
Las Cosas por su Nombre.
Este año Carlos Saúl Menem cumplió 90 años. La casa rosada iba a celebrarlo con un busto homenaje, pero pandemia y ASPO mediante, las celebraciones al último caudillo peronista del siglo XX tuvieron que suspenderse. Así y todo, nos animamos a construir un perfil de Menem y su época. Un breve repaso por la figura que no se nombra, pero que supo estar en la memoria de una cultura plebeya y popular que atravesó el mito de la Argentina y consagró un mosaico de memorias. No pretendemos exonerar a la figura, sino mirar más allá del país de Menem para pensar al imaginario social que lo consagró como ícono pop.
Antes de leer las líneas que siguen, te invito a sacarte los prejuicios y volver a ver las 2 grandes piezas publicitarias que acompañan éste artículo y son el eje de análisis.
Las Demandas del Mundo Unipolar.
Primero, el contexto. Menem llega al poder en 1989 en el momento exacto de la caída de una época: el fin de la URSS, la reconversión productiva de China y el sudeste asiático. EEUU como faro unidireccional, de Reagan a Bush y de ahí a Clinton, para luego remontar a estratósfera y en 2 horas estar en Japón. Éramos el sueño de otras potencias que se dividieron el mapa de negocios del mundo.
El mundo de los ‘90 fue en parte el sueño de una clase media que accedió al consumo de masas con empresas multinacionales dedicadas a penetrar en la retina social. Un país de shoppings y televisión por cable que convivía con trenes estatales y seguridad social heredada del primer peronismo, un paraíso de convertibilidad en un oasis de viajes al exterior y estabilidad financiera.
El país de los ‘90 es un poco la rémora de una época que Pino Solanas retrató en sus películas: una estación perdida, una promesa de modernidad del otro lado del teléfono (“vieja, a que no sabés de dónde te estoy llamando?”) y una revolución del espectáculo televisada por personajes que son íntimos de la familia: Marcelo, Susana, Mirtha, Mario, Bernardo y María Julia. El talk show político de Hora Clave y Tiempo Nuevo, después de La Banda del Golden Rocket, entre Grande Pa y Jugate Conmigo. Una felicidad asomando que no requería explicaciones complejas. Todo lo sólido del país, se desvanece en el aire.
Así, Menem hace lo que le pide la época: frenar la inflación, reducir gastos, hacer feliz a la familia en el hipermercado, privatizar áreas y vender el patrimonio público para así ahorrar y dolarizar la economía, abrazar los mandatos liberales, impulsar una reconversión productiva basada en servicios y consumo. Si al fin y al cabo, a muchos otros países les fue bien, ¿qué iba a malir sal?
La Política, eso que no entendimos.
Mucho se habla de las traiciones de Menem a la herencia peronista, a sus herederos, a Duhalde, a su familia, a su pasado riojano, a su mirada sin embargo sombría del pasado reciente, pero vale la pena mirar este paisaje desde 1989: juicio a las juntas, punto final, indultos, rebeliones carapintadas, una justicia arrinconada (y cómplice) de la dictadura que no hallaba pruebas ni culpables. En el país del nomeacuerdo, esa fue la reconciliación imposible. La incomodidad de vivir con un poder militar autónomo en medio de una tensión permanente, pero ahí Menem dio la única orden a un militar que nunca un presidente dió: disparar a otro militar en un combate abierto. La estructura institucional castrense y la voz de mando, también es un poder en sí mismo, y Menem quiso organizarlo, sino Carrasco.
Para tener el poder primero tenés que domesticarlo, diría años después Néstor Kirchner y esa realpolitik tan básica cómo necesaria. Una nueva argentina asomaba: la de un partido peronista ordenado, con caciques renovados y una promesa de futuro imposible. Es cierto que hubo confrontaciones, pero todos antes lo habían votado o se habían maravillado con su oratoria: el sindicalismo, el ala renovadora peronista, el radicalismo, el progresismo de Lanata y Verbitsy, hasta la misma CTA. Todos eran desprendimientos del menemismo ganador que lo había consagrado y votado cuota mediante, perdía nuevamente contra esas aspiraciones. No menos cierto es que Menem se va victorioso de una época que lavó el pasado social de muchos dirigentes y digirió a la clase política en las jornadas del 2001, porque al fin y al cabo, el último gesto es retirarse a tiempo en 2003 ante los pronósticos de una paliza memorable. Así, Menem es también una figura de adoración popular que generó hasta ahora una devoción parroquiana y sacralización pagana.
Un Gigante entre los Grandes.
La última de las épicas que conviven, es la de resolver los problemas de infraestructura. El Mercosur cómo sueño eterno de integración que hace lo que estaba planificado: devorar una economía en ruinas, servida entre un fino bistec americando y suavizada con el efecto tequila. El Big Mac del subdesarrollo, que ni Fernando Enrique Cardoso pudo torcer al llegar a la presidencia de Brasil.
Una burguesía que se aglutinó en los negocios con el Estado durante la dictadura y ahora se amplía. Desde Macri hasta Fortabat, pasando por Romay o Perez Companc hasta Manzano, todos eran parte de lobbies, sociedades comerciales, que se repartían porciones del Estado al compás de la tercerización, concentración de ramas e industrias y diversificación empresarial.
Los capitanes de la industria destruyen el modelo que los vio nacer para parir una nueva economía y hacer negocios en la bolsa de valores. La magia de la convertibilidad que llega desde el Conurbano profundo hasta Cutral Co, pero vuelve en forma de bolsón de mercadería, trueque y estalla finalmente en piquetes y saqueos. Así, la economía Argentina tiene un comportamiento dual y se latinoamericaniza: más riqueza pero mayor desigualdad, mayores asimetrías regionales que terminan sostenidas por la excesiva importación, el país de las oportunidades y del ascenso social que manda a lavar los platos a su mano de obra calificada, en un país de abuelos inmigrantes terminamos odiando al migrante sudamericano porque no nos queríamos parecer tanto a ellos. Ezeiza, la única exportación y salida para muchos.
La marginalidad y la crisis de fin de siglo que termina exponiendo a la argentina al default, no termina expulsando del mapa político a Menem. Inclusive la Alianza llama a Cavallo, su mentor y ejecutor material, el salvador que nos devolverá al camino del menemismo sin corrupción. Tiempo después, corralito mediante, sabremos que la única falla que tuvimos fue haber creído tanto en el paraíso que de tan efímero, casi era real. La magia no es eterna, tampoco el brillo en los ojos de Menem.
Epílogo: Requiem para un País que ya no está.
La foto, es dentro de la quinta del Olivos. Charly García hasta 1997 no había querido conocer a Menem. Por diferencias, por pasiones encontradas, porque no había sido su amigo. Las crónicas cuentan que Charly esa noche tocó el piano, brindaron y en un momento, se levantó y se fue. Este momento es demasiado hermoso, dirá el artista. Probablemente, los ‘90 sean la década que no queremos ver porque nos arroja a nuestras miserias y pasiones más ocultas. Pero no hay figura que no se haya querido sacar una foto con Menem, o mejor dicho, con eso que los ‘90 tejieron sobre el inconsciente popular: de una argentina que miramos en televisión estatal a un mosaico de videoclub y parripollos, que al mismo tiempo se internacionalizó y se construyó con una narrativa de época. Porque cómo se cantaba en aquel entonces: Que el infierno está encantador, este infierno está embriagador.
Tantos menemismos caben en la Argentina cómo sueños e ilusiones que se desarmaron a su paso. El país de los emprendedores de garage, perdiendo la indemnización con la misma facilidad que un tragamonedas en un bingo o casino de esperanzas. Descansa en paz Argentina menemista, ahí no queremos volver más.